Mañana empieza la nueva etapa. Me encantaría poder estar ahí contigo, congelarte entre mis brazos y secarte las lágrimas. Consolarte hasta quedarme sin aliento, asegurarte que todo saldrá bien. Que no te sientas sola, transformarte la situación y que no fuera una despedida sino una fiesta de inauguración, de las que me gustan a mí. Cambiar los adiós por un hasta luego, cualquier cosa que evite que todo te duela tanto. Dibujar sonrisas sin contemplaciones, construirte un mundo nuevo con todo lo que necesites, que no eches en falta a nada ni nadie. Tener una varita mágica y cambiarlo todo y a todos hasta donde estés tú. Aunque tantas veces me he desgarrado por querer estar en tus momentos y conformarme con tu forma de relatarlo. (Por cierto, lo haces tan bien que a veces has matado mi dolor con tus historias). Aunque eso significara aumentar mi lucha interior, perderme tus segundos, esos que nos miden la vida.
Porque no es que me haya convertido en una persona generosamente optimista, sólo que me duele verte llorar incontroladamente. Que a mí también los nervios me dan por reír, y que también a veces alguien ha robado mi queso.
Y aunque no pueda cambiar nada te ofrezco mi vida. A veces la locura la embarga y la nostalgia lucha contra las ganas de vivir. Tiene días malos pero también buenos. Amaneceres de abrazos y anocheceres de besos. Te ofrezco mi vida sin nada a cambio. Sin condiciones, porque no hacen falta... porque sé que mi vida está mejor en tus manos que en las mías.